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LEOPOLDO DREYER: BITÁCORA DE SU TRAVESÍA EN ANTOFAGASTA EN J-24

Revisa el Relato en primera persona, del Presidente de FEDEVELA de su aventura en J-24, travesía hasta Antofagasta, revelando sus emocionantes vivencias en el viaje…

“LEOPOLDO DREYER: BITÁCORA DE SU TRAVESÍA A ANTOFAGASTA EN J-24”

Estimados amigos navegantes, hace ya varios años, Carlos Vera, Director de Revista Veleros me solicito de manera muy afable y deferente que contara en su publicación los pormenores de mi viaje en J-24 a Antofagasta, realizado justo hace 20 años. Hoy, Fedevela rescata este escrito y lo pone a vuestra disposición, con el único y noble propósito de compartir experiencias y, ojalá, animar a quienes están en el proceso de tomar la decisión, respirar profundo y soltar amarras.

Leopoldo Dreyer.

“Los que me conocen saben lo difícil que resultó esta misión, toda vez que es difícil acordarse de tantos detalles, y la prudencia indica los riesgos de ser autorreferente, saben del bajo perfil cultivado, el respeto y admiración que le profeso a grandes navegantes, por lo que ruego ser indulgente con la crítica y comprender, que si me he animado a tratar de describir este viaje, es nada más que por mi amor a la Mar, compartir experiencias y mostrar que Chile es un lugar extraordinario para navegar, tanto en el Sur como para el Norte, amén de lo hostil de nuestra costa y nuestro Mar, es lo que hay y se debe aprender a conocer. Si a algún lector le afloran sus sueños o a otros las ganas de acercarse a nuestro querido mar, será compensación suficiente.

En enero de 1997, mes de mi cumpleaños N° 47, supe de una delicada situación de salud que gracias a Dios se detectó y controló a tiempo. Me bajó una gran angustia y depresión al recordar la imagen de muy queridos amigos que viajaron antes a la mar de la eterna calma y placentero navegar. Me hizo cuestionar la forma en que yo tomaría ese inevitable derrotero, así que decidí que, si algo tendría que pasarme, que fuese en la Mar. Esto detonó como nortino que soy, el antiguo sueño de hacer una travesía en solitario desde Algarrobo hasta Antofagasta.

Física e intelectualmente, me empecé a preparar. Ni un trago ni cigarro dos días antes del zarpe. La preocupación y el temor me desvelaron un buen tiempo, ya que sabía a lo que iba y era menester no dejar ningún espacio sin cubrir. Me prometí que durante el viaje nada de trago ni cigarro; la mente debía estar clara. Y posteriormente descubrí lo difícil que es cumplir este tipo promesas.

Sigilosamente empecé a preparar al noble Castor Cojo, J24 preparado para regata, y amantillarlo para una larga navegación exigía sacrificar esta condición para transformarlo en un crucerito. Así, una tapa de ventilador, esas de plástico grueso en el borde, montada en una tabla dispuesta se transformó en la pequeña mesa de cartas del Jota y, abajo, un balde con una bolsa de basura sirvió de baño. Con la profesional colaboración de Cristian Rubio se reforzó; más bien dicho, se implementó la parte eléctrica, disponiendo ahora de dos baterías que se cargaban con un panel solar; de dos antenas de radio, una de respeto en el púlpito de popa y otra en el mástil; luz de tope y cubierta, doble circuito eléctrico, etc., Un cajón duraznero hecho firme en la Proa con una escota vieja pasó a ser pañol de ancla, comprada al igual que 8 metros de cadena y un cabo grueso para travesía, maniobra segura para fondear a brazo limpio; es decir, irse a la proa, tirar el ancla y esperar que agarrara con la viada. No habría dos oportunidades, tenía que hacerse firme a la primera. En la cruceta de estribor se hizo aparejo para montar deflector de radar y achique de la sentina se reforzó con una bombita eléctrica, etc.

En este proceso llamé a mi buen amigo y Profesor cuando obtuve mi Licencia de Alta Mar, don José Guzmán F. y a Mauricio Opazo para comentarles de mi plan e inquirir sugerencias. El primero no me pescó mucho, diciendo que era una locura. No obstante, me entregó valiosas observaciones. Y el segundo me señaló que, sí o sí, debía llevar un motor más grande que mi Tohatsu de 3.5 caballos e instalar un piloto automático, lo cual era razonable.

Cristian instaló el automático y además agregó enchufe de encendedor en cockpit (comprando las vituallas, cocinilla de camping, comida en tarro, etc. me llamó la atención una lamparita portátil de plástico, y como agradecí luego el haberla comprado; fue increíble cuánto ayudó, la amarre al popel). Se montó compás convencional para reforzar la navegación y estima, que en su mayor parte controlaba en la carta correspondiente cada 4 horas, en el GPS se fijaron Way Point y fondeos alternativos.

Ante la nula posibilidad de autorización de zarpe, programé salida a la 22.00 hrs. del 27 de Marzo de 1997. A las 20.00 me despedí de mi señora, Alejandra, y por si acaso, le entregué mi testamento (ahora hubiesen sido puros pasivos). Cuán enorme fue mi sorpresa cuando ella me mostró el suyo (el testamento) y me dijo que quería acompañarme, que me quería, yo sin ti no soy nada, etc. Esto me descolocó, porque no lo tenía considerado (el que me acompañara). Al nerviosismo que tenía en esos momentos previos se me agregaba otra responsabilidad de quien -al margen de ser una muy buena tripulante y el cariño que le profeso- no sabía, en mi opinión, en lo que se estaba metiendo. Me convenció, yo tampoco soy nada sin ella, y le agradezco a Dios el haberla llevado. Sin ella tal vez no habría llegado a destino, muchas maniobras no habrían sido posible, etc.

Zarpamos. En el muelle quedo Juanito, mi papá, mi hijo, el Nacho y todos mis documentos y plata en el techo del auto.

La pasada de Curaimilla fue un desastre, el bote a la orza, pala en el aire, botavara tocando el agua, etc., Acordamos con la Ale, como medidas de seguridad, cerrar el tambucho con llave ya que, como preocupación adicional, estaba presente el hundimiento del Jota del Tito dos meses antes; es decir, la teoría del mono porfiado, que no se hunden, etc. no funcionó, por lo que se debía tomar las precauciones del caso.

Un bidón con combustible se desestibó y se rompió, escurriendo su contenido por el estanco hacia la sentina, disolviendo el sellado de la manguera de achique e impregnando parte de la comida y del vestuario guardado en ese lugar. Como la luz de tope salió disparada, la Ale bajo a buscar una linterna que subimos de respeto con una driza, el bajar y el desagradable olor en esas condiciones le produjo un gran malestar, así es que enfilamos hacia Papudo para enjuagar las cosas y sacar el olor a bencina. En esta faena se nos fue a pique uno de los arneses de seguridad… Terminada esta maniobra me senté a descansar y la Ale apareció con una tablita de queso y salame ¡qué diablos! Eso no se puede acompañar con algo que no sea un roncito: fueron dos Cuba Libre, con las tablas de las cuchetas armó una especie de cubichete para guarecerse del viento y armó la cocinilla; buena comida calientita y a dormir. Como a las 02.00 el bote se empezó a mover, subí a chequear el ancla y todo estaba bien, el movimiento era producto de un viento de unos 6-8 nudos y había que aprovecharlo, así es que zarpamos hacia Caleta Sierra, íbamos navegando con un viento Norweste y a la cuadra de Los Vilos como, a las 05.30 pasé el susto de mi vida. Calculo que a menos de dos metros aparece por la banda de babor una tremenda proa negra cuyo bigote de agua al caer me mojó entero, boté el bote y me puse a tocar el pito como loco para despertar a la Ale, ya que me preocupaba que viniesen más pesqueros. No sirvió ni la linterna en el palo ni el deflector de radar, o bien iban en automático… El corazón me quedó en la garganta, y la Ale apareció con una sopita insuperable en esas condiciones.

Como a las 18.00 hrs. (procuramos siempre tratar de fondear en lugares desconocidos con luz de día) llegamos a Caleta Sierra; luego el rancho, bebida de costumbre y a descansar. A los 20 minutos se nos acerca un falucho a ofrecernos locos. Después de un par de cervezas, el Pedro nos ofreció “cualquier cosa” y que bajáramos a tierra. Le agradecí y preferí quedarnos a buen resguardo a bordo, zarpamos hacia La Herradura y a la cuadra de Lengua de Vaca, a eso de las 07.00, empecé a llamar a Herradura Radio insistentemente y a las 10.30 sale una estación llamándonos por nuestro nombre. Era Diego Carlier, que estaba de Gerente en las Tacas. Después de los saludos correspondientes (pensaba que yo andaba “Jipiando”) me preguntó que por qué en vez de ir a la Herradura no me iba a Las Tacas. Le solicité las coordenadas, ya que no aparecían en las cartas, y enfilé hacia allá. Fue la mejor decisión que pude haber tomado: ducha caliente y buen rancho en El Chiringuito, un par de Pisco sour, unas machitas con porotos, rematando con una Corvina a la Sal… Todo perfecto, pago y dejo el vuelto como propina. El detalle es que no tenía un peso más. Todo se me quedo sobre el techo del auto.

Llamé a un amigo en la zona solicitando su apoyo, me fue a buscar y nos fuimos a La Serena, previo a una sesión de fotos a bordo. Todos querían conocer el jacuzzi, el living, el comedor; en fin, todas las comodidades del “yate”. Partimos directo a la Mutual, donde me hicieron curaciones a una quemadura de 2° grado que tenía bajo el brazo. No obstante las curaciones de la Ale con povidona durante el viaje, se estaba poniendo un poco fea (la quemadura).

Nos invitaron a dormir en tierra, muy buen rancho y otros estipendios permitidos en tierra firme. Al día siguiente zarpamos a mediodía; no recuerdo bien la hora, pero cuando pasábamos con spinnaker entre Punta Choros e Isla Damas, a la Ale se le ocurrió conocerla, así es que enfilamos a la isla. Menos mal que Carlier me había graficado muy bien un lugar apropiado para fondear. Esto es, en la playa chica, pasando muy cerca de una notable roca que hay en la entrada, ya adentro no hay mucho lugar de maniobra, fondeo no recomendable para yates más grandes. Yo, por lo menos, no me vuelvo a meter ni en Láser.

Ahí nos quedamos. Tipo 19.00 hrs. llega un falucho con dos pescadores que andaban tratando de salvarse para Semana Santa, un poco a la mala ya que para algunos productos existía veda. Un par de cervezas, una conversa y les pasamos arroz, aceite y otras vituallas necesarias en esas soledades. Nos invitaron a bajar a tierra y conocer la Isla. El flaco que nos acompaño tenía alma de guía de turismo, la recorrimos entera y no paró de hablar. Subimos al faro, vimos unos experimentos con tomates, fuimos al Camello, al final de la Playa Tijeras, etc. Cuando volvimos, el otro pescador había preparado “un sudao” de pejesapos y otros marisquitos a los cuales, junto a un delicioso par de cartoné, le hicimos los honores de rigor. ¡Una maravilla haber estado comiendo junto a la olla tiznada por la madera y los huiros secos!

Después de una azarosa subida al falucho (había empezado a llenar y las rocas estaban muy resbalosas), retribuí la comida con un par de agüitas locas, despedida y a dormir. El estar solo en esas latitudes con mi joven señora me provocaba inquietud. Con la llena empezó a entrar un oleaje medio feo y la maniobra de fondeo me preocupaba si empezábamos a garrear o simplemente si se iba. Tipo 01.30 zarpamos, con mucho oleaje y una noche negra. A unas 6 millas de Isla Chañaral, una patrullera nos pidió la identificación. Me pareció ver entre las olas un destello de su luz, después no supe más, y al llegar al paso entre la isla y el continente el bote empezó como a vibrar y me preocupó. Cuando verifiqué el rumbo que iba fuera de él, cuando apareció la silueta de la isla continuaba esa incomoda sensación, después supe que era la corriente, increíble la intensidad, se hizo la corrección y pasamos seguros. Dos mañanas nos cruzamos con cientos de delfines. Algunos nos seguían un rato y otros afloraban bajo la proa cual fuente de agua… parecía como que se querían comunicar… Un sueño.

Dejamos atrás Huasco y Caleta del Cobre, seguía el mar malo y el viento empezó a subir, así es que tipo 17.00 decidí dirigirme a Carrizal. Trasluchamos y al presentarme dudas la ubicación del Faro, ya que se traslapaba con los cerros, por si acaso empecé a llamar a Carrizal-Radio, esperando que alguna pesquera o alguien escuchar. Como al quinto intento, una voz de mujer pregunta por la embarcación que llama a Carrizal-Radio. Me identifiqué y le pregunté si iba bien. Ella me dijo: espérese un poco. A los 10 minutos empezó a gritar que iba directo hacia las rocas, que no se veían, y que estaban entre el faro y el cerro del lado sur. Desde el mar se veía parejito, y era como la entrada lógica… Menos mal que llamé, cambiamos rumbo y la entrada estaba al norte del faro. Ni este ni el de Damas estaban en el derrotero… Entramos y, curiosamente, los faluchos estaban amarados a un muelle de cemento y rieles que los protegían del viento sur, así es que hice lo mismo, asegurando la popa a un poco confiable boyarín.

La Ale preparó una exquisita comida, mientras yo trataba de validar con el segundo “roncito” las promesas no cumplidas. En eso se nos acerca un bote y un pescador nos dice que “la señora nos invita a tomar un té”. De nuevo las aprensiones; ya era de noche, no sabíamos nada de nada y el bote quedaría solo… Pero bueno, cerramos y trepamos por la pared del muelle. Obviamente, llevábamos un bagallo con víveres para retribuir (galletas, café, arroz, etc.). Cuando llegamos a la casa de “la señora” afuera había un falucho cortado por la mitad, pintado de blanco y celeste, y un letrero que decía “Bazar y Almacén Femfi”. ¡Nos queríamos morir con el regalito que llevábamos!

“La  señora” era la Sra. Magali Salinas, única mujer en Chile que detenta el grado de Alcalde de Mar. Por eso tenía radio en escucha permanente y ese “espérese unos diez minutos” fue porque fue había ido a mirarnos desde el cerro. Se presentó y nos invitó a pasar, nos sentamos y se paró al instante, ya que golpearon la puerta unos pescadores que iban a pedir autorización de zarpe. Les echaba un par de rosarios y después partía rajada a la cocina, porque estaban por llegar unos pensionistas de una constructora. ¡Las hacía todas! Y, hasta ahí, del té nada. Entonces nos recomendó visitar la iglesia, y fue increíble, cuatro luces en todo el trayecto del caserío, una ampolleta al medio de la iglesia, adornada con guirnaldas de papel… realmente estremecedor. Me puse a conversar con el Caballero de arriba y le agradecí como corresponde. Estábamos solos y me recosté en la banca, apoyando mi cabeza en las faldas de la Ale. Ahí me quede dormido y ronqué como condenado… me contaron. Lo primero que vimos de Carrizal antes de llegar al faro fue la iglesia, la cual se presentó maravillosa con los cerros de fondo, el sol que se estaba poniendo realzaba con fuerza su colorido. Fue una de esas sensaciones únicas e irrepetibles que te pueden estremecer hasta lo más profundo.

De vuelta donde la Señora, la cual ya estaba más tranquila, disfrutamos de un tecito y de una historia increíble que nos dejó helados. A todo esto, se integró a la mesa “El Freddy”, su pololo… La Señora fue la que descubrió el contrabando de armas en Carrizal Bajo e informó al Gobierno de la época y cooperó con la identificación de los involucrados. Ruego comprender que esta anécdota la comento por lo interesante del tema y porque a ella le pregunté, preocupado por su seguridad, si podía hacerlo, amén de hacerle ver nuestra preocupación de que hubiese vuelto al mismo lugar. La verdad es que en la zona ella es muy querida y en reconocimiento a su labor se le otorgó el título de “Alcalde de Mar”. Además ya habían pasado 7 años de aquel episodio… pero nunca se sabe.

A la mar nuevamente. Enfilamos hacia Caldera con un viento exquisito. Ya podíamos navegar más ligeros de ropa y guardar ese tremendo invento que es el “poncho chilote”. Llevamos dos para usar como frazadas… Después de la primera noche de navegación, la cantidad de humedad que agarran los trajes de agua es increíble y uno se empala. La segunda noche me puse el poncho sobre el traje y fue una maravilla. ¡Calientito y seco! Claro que si me iba al agua era un lastre seguro…

Llegamos a Caldera como a las 18.00 hrs. con globo, fondeamos y se me ocurrió reportar el arribo por radio. La respuesta fue: “Preséntese en la Gobernación Marítima (o Capitanía, no me acuerdo), con documentación suya y del velero”. Una hazaña conseguir bote para bajar a tierra, y ahí partimos con todos los papeles. Fue increíble, el marino de guardia empieza a llenar un formulario eterno, preguntando: Motor? R. Tohatsu 3.5,. Agua? R. Bueno, me quedan cuatro bidones de agua mineral, Autonomía? Bueno, mientras sople no hay problema… Aquí parece que se enojó, manifestando claramente que no podía continuar, que me debía dejar algo así como retenido, a mí y al bote… Este trámite duró más de dos horas y ya no dábamos más. Empecé a llamar a amigos de Copiapó para que se movilizaran (nos invitaron a comer), etc. Y como a las tres horas apareció un Suboficial preguntando qué pasaba. Se le explicó todo… Preguntó cuál era el yate… Se asomó por la ventana… Movió la cabeza (nunca entendí el por qué) y dijo: “Si llegaron hasta aquí, llegarán a Antofagasta, déjelos ir”… Y el otro dale con la cosa, negándose a firmar. Le pasó los papeles al Suboficial diciendo que él no se hacía responsable… El Suboficial firmó y nos deseó buen viaje.

Partimos en micro a Copiapó para asistir a la comida. Llegamos a la hostería, nos duchamos y nos quedamos dormidos. Como a las 05.00 despertamos, así que en la mañana saludamos a los amigos, nos disculpamos por no haber asistido a la cena y a medio día volvimos en taxi a Caldera. Para embarcarse hay que pasar por los comedores del Club de Yates, y ahí un señor llamado Carlos Shneider, el Administrador, nos estaba esperando, expectante, porque quería conocer el J-24. Muy amablemente nos invitó a comer, ofreciéndose a llevarnos en su panguita al bote. Esta panguita era de lata y con cierta dificultad entran cuatro personas.

La Ale se subió primero y este caballero -que afirmaba con una mano la panga del muelle- por hacerla mejor, justo cuando yo me embarcaba, acercó la cuadrada proa de la panga a la rampa de embarque, montándola sobre ella. Cuando puse el píe para subir, se fue de lado y yo al agua…. En mi vida de navegante nunca me había ido jamás al agua y no recuerdo situación parecida. Como ya nos habíamos preparado en tierra para el zarpe, es de imaginarse cómo me sentía mojado como diuca. Nos embarcamos, me saqué toda la ropa y como llevaba sólo un traje de agua, no tenía muda de cambio y no me quería enfriar, así es que esperé un rato para recuperarme y secarme. En el ínterin, este caballero volvió con una botella de un muy buen champagne.

En Caldera, o en la mar?  Recibí una de las mejores noticias de mi vida… invitación a ser  CAOR.

Habíamos escuchado de Cifuncho y fue nuestra próxima parada. Nos vimos tentados por pasar a Tal Tal. Pero estábamos navegando muy lejos de la costa, a unas 15 millas, y seguimos de largo. Cifuncho vale la pena conocerlo, es de una belleza notable, con su bahía bien guarecida y unos tremendos lenguados… Lo sabemos porque un pescador nos mostró unos de aproximadamente 10 kilos… ¡Qué decir de los erizos!…

Próxima parada: Antofagasta. No me la pude por el cansancio y busqué en la carta alguna caleta antes de llegar. No recuerdo el nombre de una caletita a la cual llegamos. Creo que era Blanco Encalada… Tres faluchos fondeados y nadie a la vista. La maniobra de fondeo fue la más complicada de la travesía, hicimos varios intentos y ya estaba medio cansado… Al fin agarró, pero yo no estaba muy convencido. La Ale preparó algo de comer y yo, ya para que no hubiese dudas con promesas hechas en momentos de angustias y no cumplidas, me mandé otro par de “roncitos”, contemplando ese maravilloso atardecer nortino, en el que las nubes cambian de color como reflejando el cobre que está escondido al frente, bajo esos enorme cerros que, para no ser menos, también cambian de color. Realmente atardeceres únicos, la belleza del norte es imponente.

Dormimos tranquilamente un par de horas, hasta que -de nuevo- empezó el movimiento del bote, con el agregado que los tumbos se escuchaban más cercanos. Estábamos garreando. La Ale al motor y yo a cobrar el ancla; esa fue la salvada del viaje, ya que podríamos haber terminado en las rocas… El fondo eran puros huiros.

Seguimos navegando y aquí ya le estábamos sacando provecho al piloto automático. Con mar gruesa y olas no sirvió de nada, era hasta peligroso, porque a pesar de su capacidad, el rango de recorrido en el J-24 es muy chico, tal vez no más de 25 cms. por banda. Con mucho viento se trababa y el bote se iba a la orza. Ya más al norte, con olas boas, funcionó bastante bien y nos permitió descansar mejor.

A mediodía del domingo 06 de marzo, la Ale abrió un tarro de deliciosos porotos con tallarines que empecé a comer sobre cubierta. De repente miro hacia el weste y veo, tal vaso de leche derramada, venirse un viento con todo. Como íbamos con spinnaker, decidimos bajarlo, fue la Ale a la proa y se resbaló, ya que el viento llegó antes. La dejé en la caña y fui yo… Fue imposible, así es que aperramos no más. Total, ya nos habíamos puesto el bote, nos sentíamos seguros, confiábamos en él y en que podíamos aguantar. Así es que le dimos, hicimos firme la braza, la Ale se sentó en el tambucho para llevar la escota y adelante..

Lo curioso fue que el bote, un par de veces, casi se fue al trasluche y me empecé a cuestionar y a preocupar. Tal vez era el cansancio… Hasta que me di cuenta de que el viento borneaba de manera increíble, logré acomodarme a la ola y el viento, no sin antes el globo enrollarse en el estay de proa, quedando una bolsa al medio que nos hacía escorar de un lado a otro.

Afortunadamente, estábamos cerca de Coloso y entramos a esa caleta a aclarar la maniobra. El Club de Yates ya estaba cerca y, al parecer, la bahía más protegida. Nos miramos y ¡cómo íbamos a llegar sin spinnaker! Así es que aclaramos el globo y ¡arriba! Frente al club salió el Theo (Skamiotis) en un bote de apoyo, con dos marineros, a ofrecernos ayuda… De nuevo la mirada y “No gracias”… Llegamos solos.

El centro meteorológico de Minera Escondida en Coloso ese día registro ¡31 nudos! Es importante señalar que en dicha punta se producen los mismos efectos Venturi que en Curaumilla y en Lengua de Vaca. Las bahías son muy parecidas.

Los amigos del Club de Yates de Antofagasta nos recibieron, como es su costumbre, de manera muy cálida y afectuosa. Estamos muy agradecidos y comprometidos por el trato recibido, al igual que con nuestro ‘carreta’ Ricardo Alvarado, Gerente en ese entonces del Club de Yates de Algarrobo, quien -como buen amigo y marino-, sin saberlo nosotros, se mantuvo informado y preocupado de nuestro periplo. A Sergio Baeza, que espero ahora vea cumplida su inquietud de ver en escrito nuestra experiencia (fue el único que cariñosamente siempre me preguntaba “¿Y, cuándo vamos a tener la historia?”). Confío en no defraudarlo.

¿Qué decir de la Ale?.. Gran navegante, se amantilló con navegación de estima, aperró en momentos muy difíciles, demostró su gran corazón y paciencia… Esto sin contar que no sabe nadar. En lo personal, la satisfacción de haber cumplido un sueño, haber llegado seguros a puerto y el recuerdo imborrable de tantas vivencias a bordo. Agradecido por siempre de Dios, La Mar, el Noble Castorcito y a Carlos (Vera)por esta oportunidad de vivir y recordar la travesía. Gracias.

Publicado el: 23/03/2017